Blister de pastillas

 Despertó la mañana que daba inicio a un nuevo ciclo lectivo con un palpitante dolor de cabeza. Así, Felipe, comienzaba su último año de abogacía. Le quedaban muy pocas materias para terminar la carrera y era muy probable que liquidara todas en estos dos cuatrimestres próximos. Vivía lejos de la facultad, por lo que siempre debía comenzar a prepararse por lo menos dos horas y media antes para llegar a tiempo. Mientras la cabeza lo mataba del dolor, se dirigió al baño para empezar su día.

Una vez listo, caminó hacia la parada del primer colectivo que debía tomar para llegar a la facultad. Felipe sufrió el viaje como nunca, su molesto dolor de cabeza combinado con el llanto imparable de un bebé ubicado en los asientos traseros lo torturaron durante todo el recorrido. Una vez bajó vehículo, sacó de su mochila un pequeño blister con pastillas. Medicamentos para el dolor. Tomó uno del paquete y lo masticó cual caramelo mientras daba un largo suspiro. Sus amigos le decían que fuera a un programa de adictos lo antes posible, pero él no lo creía necesario. Según Felipe, podía parar de consumir los narcóticos cuando quisiera. Una lesión en la espala que coincidió con el año en que comenzó la carrera lo obligó a medicarse de forma casi constante por la persistencia del dolor.
De todas formas, según el futuro abogado, las pastillas no condicionaban su rendimiento académico, así que todo estaba bien.
Eran tres las materias que debía cursar ese día, todas en la misma franja horaria debido a que por las tardes trabajaba en la firma de abogados de Claudio. "El futuro de nuestro proyecto" aseguraba el padre de Felipe, que a su vez dirigía el mismo. Al llegar al edificio entró a las apuradas, porque, como de costumbre, llegaba tarde a la cursada. Luego de una interminable clase con un profesor que Felipe detestó desde el primer momento, llegó la hora de la segunda y luego la tercera. No había sido un día de lo más emocionante. Nunca eran emocionantes los días de Felipe. Desde que su padre lo obligó a dejar la fotografía, todos sus días eran la monotonía en carne propia. Lo único que disfrutaba eran los escasos momentos en los que tomaba su celular y fotografiaba todo aquello que lo rodeaba en la facultad de derecho. Los alumnos, la cafetería, la calle y todo a lo que pudiera adjudicarle cierta belleza.
De casualidad, mientras le sacaba una foto en secreto a un compañero de clase que estaba sentado en un ángulo exquisito, se dio cuenta de que llegaba tarde al trabajo. Era un día importante, hoy analizarían si darle un puesto de mayor trascendencia en el que no solo administrara documentos, sino que comenzaría a participar en algún que otro caso sencillo que llegara a la firma.
Siendo totalmente sinceros, a Felipe no le entusiasmaba demasiado esta posición, pero haría todo con tal de complacer a su padre.
Llegó a la oficina, sudado de tanto correr, y se sentó en su pequeño escritorio. Llegó a tiempo, faltaban 5 minutos para que la reunión comenzara, pero no podía entrar sudado y con el pelo como lo tenía, por lo que decidió sacrificar 2 o 3 minutos en el baño para emprolijarse.
Cuando la reunión dio inicio, Felipe fue, por razones obvias, el último en llegar con diferencia. Podía sentir la mirada furiosa de su padre, por lo que decidió evitar todo contacto visual con él. Mientras la reunión tomaba su curso, Felipe no podía evitar pensar en la foto que le tomó a su compañero. Tan sutil, tan simple y aún así perfecta. Su amor por el arte de la captura del momento era innegable. Ni él mismo podía ignorarlo. Comenzó a sudar y dejó de prestar la poca atención que tenía en la reunión. Se paró abruptamente y todos alrededor a su alrededor se callaron dejando lugar a uno de los silencios más incómodos que se han visto, pero no para Felipe. Él sabía que algo iba a suceder, sabía que un cambio se aproximaba y de pronto supo exactamente que era. De repente todo se volvió clarísimo para él.
Felipe jamás regreso a la facultad de derecho. A partir de ese momento, se propuso no desperdiciar ni un día más en su corta vida en algo que no lo entusiasmara el 100 por ciento. Decidió dedicarse de forma completa a la fotografía, la única verdadera pasión y amor incondicional de Felipe. Lo único que quedó del antiguo joven que estudiaba derecho, fue un blister de pastillas en uno de los cajones de la oficina que nadie jamás se atrevió a mover.

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