Guerra campal

Recuerdo el campo de mis padres todo el tiempo. Un terreno no demasiado grande, pero con un encanto muy particular. Vacas, caballos y cultivos como ingredientes de una de mis recetas favoritas. Cuantas horas habré pasado laburando de sol a sol cosechando la soja que después se cargaban en las camionetas. No me molestaba para nada. En realidad, todo lo contrario, disfrutaba cada segundo de esa dura tarea que me lastimaba la espalda y me llenaba la cabeza de lo que en un futuro se volverían recuerdos. 

Todos esos recuerdos, esas situaciones tan placenteras. Quien hubiese dicho que se transformarían en bacterias dentro de mi cerebro que ahora solo quiero eliminar. Qué idiota fui. Cómo no me di cuenta. Sin embargo, nada de eso importa ahora. Lo hecho, hecho está y eso es lo que me lleva a escribir esta carta. 

Me propongo reconstruir lo mejor posible lo que ocurrió para que nada quede en el mundo abstracto de la duda. Odiaría perjudicar a quienes no se lo merezcan (porque si alguien no lo merece, siempre hay otro que sí). Así que lo único que pido, mi último gran deseo, es que se haga justicia y nada más. 

1978 fue un gran año, luego de interminables trámites e incontables contratiempos, por fin lo logramos. María y yo estábamos oficialmente casados. Una hermosa ceremonia en la que, por supuesto, Jupi fue mi padrino de bodas. Cómo podía no elegirlo si era un gran compañero. Había estado para mí desde que tenía 19 y yo con apenas 13 sufría de acoso en el colegio por los más grandes. Me acuerdo muy bien la forma en la que les plantó cara a pesar de ser 3 contra 1. Ese día nos fuimos los dos muy golpeados, pero yo me quedé con una importante enseñanza. Mi hermano, Jupi, era un tipazo. Los meses pasaron y nuestro matrimonio con Mari no podía ir mejor. Tranquilamente podía decir que esos fueron los mejores 2 años de mi vida. Luego de una valiosa ayuda de mis viejos, pudimos comprar un pequeño terreno cerca de Pergamino. No era extremadamente lujoso, pero nos alcanzaba para vivir. Nuevamente, Jupi fue de gran ayuda. Tanto fue el apoyo que nos dio que incluso designamos una pequeña porción del descampado para él. 

A partir de la compra del campo, las cosas fueron en ascenso para nuestra pequeña familia. Con la plata que generamos vendiendo la cosecha pudimos comprar las parcelas contiguas a la nuestra y ampliar el terreno. Todo iba de maravilla y creía que no podíamos estar más felices. Por suerte estaba muy equivocado, ya que en el primer trimestre del año 80 nació Bautista. Mi primogénito, mi sucesor. Estaba que explotaba de la felicidad. 

Con el correr de los años apreciábamos cada vez más nuestro estilo de vida. Bauti comenzó a trabajar la tierra con nosotros de la mano de su tío, quien le explicaba la mayoría de las cosas, ya que yo me iba casi siempre a la ciudad a cerrar negocios. Se llevaban excelente, y Bauti, como cualquier adolescente, pescaba cosas de su tío y las incorporaba a su personalidad. Era cararrota, bonachón y mujeriego (algo que sin dudas adoptó de su tío). Yo era feliz, mi familia estaba bien, mi negocio estaba bien, pero lo más importante es que llevaba la vida que quería. 

No fue hasta el ‘97 que apareció nuestro gran problema. Un negocio mal cerrado de unos años atrás me obligaba a ir a Buenos Aires para arreglar unas cosas que, honestamente, ya ni recuerdo que era. El viaje me llevó más de lo esperado y estuve desde julio hasta septiembre varado en la ciudad. Idas y vueltas me obligaron a patear mi regreso cada vez más, ya que resurgían problemas con los que tenía que lidiar. Sin embargo, el verdadero problema se dio cuando regresé a nuestro campo. Al parecer este contratiempo que se presentó con el negocio, sacaron a la luz unos temas con respecto a los papeles del terreno. Según me informaron los señores, si bien yo me encargaba de los negocios de lo que yo consideraba como mis tierras, el campo estaba en realidad a nombre de un tal Julián Cardozo. Jupi. Mi mente no podía entenderlo, no entendía como había sucedido eso o si en realidad si estaba sucediendo. Me costó no pensar en que mi hermano me estaba cagando, pero decidí relajarme e ir a hablar con él. Luego de una pesada y larga charla en la que Jupi se mostró totalmente desconcertado al igual que yo, me afirmó que se iba a encargar personalmente del tema. Sus palabras fueron “Esto no puede quedar así”, y con ellas me calmó. Lo entendí, seguro había sido un malentendido a la hora de delimitar la parte que sería suya. Era obvio, ese había sido el problema. Asunto resuelto. 

Bauti crecía, cada vez se parecía más a su tío, aunque era natural debido a la cantidad de tiempo que pasaban juntos. Me gustaba verlos juntos, era un vínculo tan sano, tan real. Luego de un par de meses compramos la última parte de terreno que llegó a tener el campo. Había sido una gran inversión, pero valía totalmente la pena. Esta ampliación nos permitiría llevar ganado al negocio, lo que significaba una potencial capacidad para exportar mercadería. Era una gran idea. Sin embargo, no fui yo quien se encargó de los negocios esta vez. Julián insistió en que lo dejara ir a terminarlo como forma de compensar el malentendido anterior que había generado. Sin un gran entusiasmo, acepté, era solo llevar lo que restaba del dinero al banco. Lo que no sabía era que el día siguiente mi mundo se caería abajo. 

Después de una fuerte pelea que tuvimos María y yo, la escuché hablando con Julián. Si bien no podía oír todo perfectamente, escuché lo suficiente como para asustarme, así que entré corriendo a la habitación. Frases como “tenés que contarle” o “no podemos decirle, va a explotar de la ira” me llevaron a la decisión de interrogarlos hasta que aclararan la situación. Luego de varios insultos e incluso amenazas, confesó. 

Al parecer, jamás había arreglado el tema de la propiedad del terreno y no solo eso, sino que había puesto la nueva adquisición, también a su nombre. No podía creerlo. Jamás me había sentido tan traicionado, sentía un puñal en mi espalda. María comenzó a llorar. Yo perdí mis cabales. Estaba fuera de mí. Tomé una de las piquetas que se encontraban al lado del hogar y lo miré a Julián. Jamás había estado tan furioso. María gritaba. Lo tomé del cuello de la camisa y lo empecé a insultar. Lo llamé de todo, traidor, desagradecido, rencoroso, infeliz, todos esos insultos no eran suficientes. Bauti apareció corriendo y trató de separarnos, yo me lo saqué de encima. María estaba como loca y Julián temía por su vida. Bauti me rogaba que parase de la misma forma que Julián le gritaba a los peones. Misma entonación, mismo tono de voz, mismo todo. Consumido totalmente por el odio, atravesé su pecho con la punta de la piqueta y la sangre comenzó a emanar del mismo. María gritó descontroladamente, Bauti se quedó paralizado y yo estaba hiperventilando con las manos, la camisa y el rostro llenos de sangre. Pero fue en ese momento donde todo se volvió oscuro para mí, que pude empezar a vislumbrar la verdad. Lo miré a Bautista fijamente, le miré los ojos, el pelo y la nariz. Luego lo miré a mi hermano muerto en el piso, vi su pelo, sus ojos y su nariz. Todo empezaba a cuadrar. Misma actitud bonachona, mujeriega y cararrota. Mismo tono de voz y forma de hablar. Un vínculo tan sano, tan real. La piqueta se me cayó de las manos involuntariamente mientras miraba fijamente a María. Al mirarme ella negaba con la cabeza como si estuviera prediciendo mi pregunta. “¿Él es el padre?”, suspiré con el poco aire que tenía. Su respuesta ya viajaba en el aire con un gesto negador y ojos llenos de lágrimas mientras ella lo abrazaba tirada en el piso a su lado. Bautista estaba inmóvil, no hablaba, no parpadeaba y casi no respiraba. Lo miré fijamente y luego miré el piso al decidir que me iba de ese lugar. Como pude salí de ese sitio que pasó de ser el lugar de mis sueños a ser el creador de mis pesadillas. 

Hoy, 13 de mayo de 1998, 8 meses después de asesinar a mi hermano, me declaro completamente inocente. Jamás sabré cómo Julián pudo traicionarme de esa forma. Nunca más volví a escuchar de quienes solían ser mi familia, los evité a toda costa. Hoy, la única familia que tengo es la soga que voy a atarme en el cuello para perseguir a Julián por todos los círculos del infierno. Mi venganza no acaba aquí.

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