La verdad asesinada

 La verdad asesinada


Era una noche despejada y tranquila de verano. Caminaba a lo largo de la avenida mientras la transpiración le recorría la frente. Podían escucharse los pasos que realizaba al pisar vidrios de un espejo roto en la calle. Su mente se sentía como un campo minado, tantos pensamientos, tantas voces y nada de eso podría ayudarlo. 

Con paso firme y veloz llegó a la puerta de su departamento, en el cual entró lo más rápido posible. Estaba hiperventilando. Jamás había hecho algo así, pero esa noche simplemente no pudo resistirse, perdió el control. El antiguo reloj de sus abuelos marcaban las 3:15 de la madrugada. Era tarde, pero sabía que no iba a poder dormir. Encendió un cigarrillo y se fue hacia el balcón. Se quedó parado allí, inmóvil, durante casi 2 horas hasta que decidió irse a la cama. 

El repentino sonido del timbre lo despertó sobresaltado. Como pudo, se puso el primer par de pantalones que encontró y se dirigió a la puerta. En el pasillo esperaba un hombre calvo de casi 2 metros. Su cuerpo era una montaña, muy corpulento y musculoso. En la nuca, por debajo de la linea de cabello inexistente tenía un tatuaje de un perro negro con 3 rosas. Vestía una musculosa blanca, pantalones de jean y zapatillas deportivas negras. 


-Hola.


-Sé lo que hiciste. -replicó el hombre parado en la puerta con una actitud para nada amigable-. 


-Ambos sabemos que se lo merecía, no tuve elección. 


-Ese no es mi problema. -escupió con voz de fumador-. Y sobre todo no será problema del Enano


-Dame tiempo, puedo arreglarlo. -rogó el hombre de la forma más patética que pudo-.


-Dos horas, sino serás el siguiente. - dijo antes de salir por donde había venido-.


Fue en ese momento, al cerrar la puerta que daba al pasillo del edificio, cuando se encontró totalmente desbordado por la situación. No tenía ni idea de qué hacer. Por su mente se sucedían imágenes desagradables que hubiese pagado cualquier cantidad de dinero para borrar de sus recuerdos. Sabía perfectamente que estaba en problemas, que tenía que pensar una solución rápida. 

El Enano estaba en su búsqueda, no tenía mucho tiempo. Estaba seguro que como cualquier persona con poder, tendría comprada a la policía, pero era su única opción. Decidió dirigirse a la comisaría más cercana para obtener ayuda, y con suerte, respuestas. Al llegar, le dijeron que el oficial Ryan podría ayudarlo, pero que debería esperarlo en la sala de interrogaciones número 2 hasta que se desocupara. 

Luego de una larga hora, el oficial llegó. 


-Bien, cuénteme qué ha pasado. -dijo con voz cansada el oficial. Venía de un largo turno de 12 horas y lo único que quería era irse a su casa a descansar. 


Luego de explicarle todo lo sucedido, Ryan tomó la silla pegada a la mesa, se paró y se acercó a la esquina de la habitación. El policía procedió a quitarse la placa con mucha delicadeza y tomó la cámara de seguridad que se encontraba en la parte superior derecha de la habitación. La arrancó de cuajo de la pared. 


-¡Cuidado! -gritó el hombre asustado por la acción del policía-.


-Mierda -susurró Ryan sin intentar contener su ira-. No puedo creer que lo hiciste.


-Necesito su ayuda, estoy aquí cómo último recurso. 


-Es cierto, vas a necesitar ayuda. -exclamó el policía mientras una pequeña sonrisa podía verse en su rostro-. Pero no voy a ser yo quien va a dartela.


De pronto sintió una sensación pesada en el pecho mientras veía cómo el oficial Ryan abandonaba la sala de interrogaciones con la cámara de seguridad en sus manos. Todo era demasiado confuso, aunque en su interior sabía que estaba pasando. El problema es que no quería aceptarlo. No podía salir huyendo, estaba en una comisaría, ni tampoco podía gritar por ayuda ya que sería demasiado sospechoso dada su situación actual. 

Luego de 5 minutos de absoluta tensión, la puerta de la sala se abrió. Dos hombres altos vestidos de traje entraron a la vez. Detrás de ellos una figura conocida se acercó y se sentó enfrente de él en la mesa. Era el Enano. 


-Así que hay gente que piensa que puede dar sin recibir.- 


Fue lo último que dijo al desenvainar un precioso cuchillo afilado cubierto de sangre seca. 


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